domingo, 25 de julio de 2010

Un continente de mierda

Vivimos en la cultura del usar y tirar, uno de cuyos grandes tótems es la bolsa de plástico, ese elemento gratuito y desechable tan útil y cómodo para llevarse la compra del supermercado a casa sin tener que acarrear el engorroso capazo de nuestras abuelas. Las servidumbres de nuestro dinámico modo de vida actual nos exigen ir por ahí acarreando iPods, teléfonos móviles, iPads, netBooks, tablet PCs, Nintendos DS y  las llaves del imprescindible coche, pero no nos permiten ir por la vida arrastrando capazos (donde, por otra parte, podríamos acarrear más fácilmente tanta chatarra); de ahí que la bolsa desechable nos sea tan útil y  tan cómoda. Tanto, que cada año consumimos varias toneladas de ellas.
Lo malo es que tan elevado consumo unido a su poca biodegradabilidad acaben creando montañas en los vertederos,  estratos geológicos impermeables en el subsuelo (habría que ver la cara que pondrán los arqueólogos del futuro) y, peor aún, continentes en el mar: según datos de Marine Research Foundation, en el Océano Pacífico, entre California y Taiwán, flota uno de tres millones y medio de kilómetros cuadrados (para que se hagan una idea: unas dos veces la superficie del estado de Texas, o un tercio la del continente europeo) y más de un metro de espesor, que triplica su extensión cada diez años. Entre otros muchos prejuicios, esa inmensa capa de basura plástica evita que el agua se oxigene, con lo que los peces se asfixian; e impide la formación de plancton, con lo que los peces se quedan sin nada que comer. Bueno, no todos: las tortugas y los atunes se comen las bolsas, confundiéndolas con medusas. Con lo que muchos mueren de inanición con el estómago lleno de plástico indigerible. Por si no tuvieran poco los atunes con la sobreexplotación a que los somete la pesca industrial, que ya los ha empujado hacia las proximidades de la lista de especies en vías de extinción y, con lo rápidas que van estas cosas, igual para cuando publique este post ya han pasado a formar parte de tan negra lista como miembros de pleno derecho. A este paso, el marmitako lo vamos a tener que hacer con suelas de zapato viejas. Y de la sopa de tortuga ya ni hablo, que ya hace años que se hace con sucedáneo a base de pollo de factoría.
Para paliar la problemática que el gran consumo de bolsas de plástico crea se han propuesto varias soluciones: volver a la costumbre de llevarse el capazo de casa, como hacían nuestras abuelas, solución que como ya queda dicho choca con nuestro estilo de vida actual, tan dinámico él, y contra la que mucha gente protesta por su incomodidad (La mayoría de la gente se define como muy ecologista, muy solidaria y muy partidaria del reciclaje, hasta que reparan en que tal toma de postura les exige un compromiso que supone cierto esfuerzo económico, o cierto esfuerzo a secas: entonces empiezan a cagarse en las madres de los ecologistas, los solidarios  y los recicladores). Otra solución, también paliativa, es usar bolsas hechas a base de fécula de patata o de papel, más biodegradables y, estas últimas, más fácilmente reciclables. El problema es que también son más caras (y ahí la gente vuelve  a cagarse en las madres de los ecologistas, los solidarios y los recicladores). Algunas personas, cargadas de buena intención, guardan las bolsas de plástico (hasta venden un contenedor la mar de estiloso para guardarlas, en Ikea) para reciclarlas como bolsas de basura, con lo cual creen matar dos pájaros de un tiro: se ahorran unas pelillas y reciclan. En realidad es peor el remedio que la enfermedad, pues las bolsas que se venden como de basura son de un plástico fácilmente biodegradable (y más caro de producir, claro) que permite que la bolsa se pudra junto con su contenido. Las bolsas del super recicladas como de basura no se pudren, resisten como jabatas, entorpeciendo la conversión de su contenido en compostaje.
Una tercera solución, menos paliativa pero algo es algo, es la que están adoptando muchas cadenas de supermercados: cobrar unos céntimos por las bolsas, como medida disuasoria de su uso que motive a la clientela a reciclar el capazo de la abuela (y ahí a las madres de los ecologistas le zumban los oídos más que si hubieran asistido a un concierto de AC/DC en primera fila).
No es de extrañar: estamos psicológica y genéticamente programados para el egoísmo y para el pensamiento a corto plazo, actitudes ambas que favorecen mucho la supervivencia del individuo (¿qué babuino sobrevivirá lo suficiente como para tener tiempo de dejar preñadas a las babuinas, el que cuando ataca el leopardo sale por patas y ahí os quedáis, pringados, o el que se le enfrenta para tratar de proteger a la manada?) y si el individuo sobrevivía, sobreviviría la especie. O así era en condiciones naturales. Pero en el orden ecológico radicalmente alterado en que vivimos ahora, nuestro natural egoísmo y nuestra natural tendencia al pensamiento a corto plazo quizá permitan a algunos sobrevivir como individuos, pero está poniendo en real peligro nuestra supervivencia como especie a medio y largo plazo. Bueno, la nuestra y la de muchas otras especies, tortugas y atunes incluidos.
De hecho, y pensándolo bien, el pensamiento altruista y solidario es una estrategia de supervivencia casi suicida para el individuo, pero mucho más eficaz que el egoísmo para la supervivencia de la especie. Ergo, el babuino valiente (altruista) que se enfrente al leopardo es fácil que muera en el intento, pero puede matarl o herir de muerte al leopardo, con lo que, desaparecida la amenaza, muchos más babuinos sobrevivirán, aunque él no lo haga. Y si el resto de babuinos se le unen en el ataque en vez de salir en desbandada (se unen solidariamente), las posibilidades de matar al leopardo aumentan exponencialmente. Lean la novela El centinela, de Arthur C. Clarke, y ahí encontrarán una versión mejor y más poéticamente desarrollada de esta analogía. Por cierto, es la novela en la que se basó Kubrick para filmar 2001: una odisea espacial.
De todas formas, una cosa es que la gente ceda a su natural egoísmo (la carne es débil, y todo eso) y otra muy distinta es que tengan el cinismo de presentar defensas supuestamente racionales de su actitud. Es lo que hacen muchos neoliberales y neocons que andan por ahí sueltos sin certificado de desparasitación y sin vacuna antirrábica. Y hasta especímenes que no son ni una cosa ni la otra, como el columnista de ABC Antonio Burgos, a quien esto del reciclaje le parece cosa de progres y en consecuencia, como todo lo que defienden los progres, que siempre están dando el coñazo, él se cree en la obligación de defender justo lo contario. Y con su habitual gracejo de cascarrabias de café-casino de provincias se marcó, tiempo ha, una columnilla muy graciosa. Y que, si la leen, les mostrará hasta qué punto levanta pasiones ese gran símbolo de nuestra avanzadísima civilización: la bolsa de plástico desechable. Una civilización tan avanzada como no se ha visto nunca en este sistema solar; capaz, incluso, de crear nuevos continentes. Lástima que sean continentes de mierda.

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