martes, 22 de marzo de 2011

Las tres leyendas sobre el origen de 'Scalped'

Primera leyenda:
El espectro de Fiodor Dostoievski, escritor pasional y atormentado, dipsómano y ludópata, visitó un casino situado en una reserva india de Sioux Oglala, en Dakota del Sur, en una de las mesas de cuyo bar encontró,  bebiendo bourbon en compañía de un anciano indio, al espectro de Dashiell Hammett, escritor de prosa acerada y acelerada, también muy dipsómano. Hammett y el viejo indio invitaron a Dostoievski a su mesa, y entre los tres convirtieron rápidamente la botella de bourbon en un cadáver de vidrio hueco.
Entonces empezaron con una de vodka, y cuando se acabó, Hammett, ya un poco achispado, paseó la vista por el local, por las mesas de BlackJack, por la de la ruleta, por los rostros cobrizos y graves de los oglalas, la mayoría con exceso de peso, que vestían diversos uniformes y trabajaban de crupiers, camareros o vigilantes de seguridad, y por los rostros sonrosados y estúpidamente sonrientes de los blancos no menos sobrealimentados que, vestidos con camisas hawaianas y bermudas que les dejaban las pálidas canillas al aire, bebían y jugaban. “Esto merece una novela, Fiodor”, dijo Hammett entonces. “No, esto merece muchas novelas” respondió  Dostoievski. “La podríais escribir los dos a cuatro manos”, dijo entonces el anciano indio, que en realidad era El Coyote. Y así fue como Dashiell Hammett y Fiodor Dostoievski acordaron escribir aquella novela que sería como una larga sucesión de novelas, y El Coyote, burlón como de costumbre, les propuso que la escribieran como el guión de un serial de cómic por entregas. Lo titularon Scalped y lo firmaron con un seudónimo colectivo. Y el seudónimo que eligieron fue Jason Aaron.
Segunda leyenda:
Jason Aaron era un escritor de guiones de cómic de cierto éxito. A pesar de ser más blanco que Buffalo Bill, la cultura india siempre le había atraído, y un día viajó, solo, al interior del desierto de Dakota del Sur. Subió a un promontorio barrido por los vientos, y tras el preceptivo día de ayuno comulgó con peyote, para acceder a la visión sagrada. Al poco se le acercó El Coyote y le habló así:
—¿Qué has venido a hacer aquí, hombre blanco? Este sueño no es tu sueño, y los espíritus que aquí habitan no son los de tus antepasados.
—Quiero entrar en comunión con el espíritu de la nación Oglala. Quiero que me inspire relatos. Quiero que me ilumine—respondió Jason Aaron.
—Los oglala ya no tienen nación ni espíritu, hombre blanco— respondió El Coyote— O, si lo tuvieron, hace tiempo que perdieron contacto con él. Ahora viven del auxilio social a los desempleados y buscan su espíritu en el fondo de una botella de agua de fuego. Pero si quieres que te iluminen y te inspiren relatos, quizá pueda presentarte a alguien adecuado.
Al decir esto último, El Coyote sonrió, y Aaron se inquietó, pues sabía, como todo el mundo sabe, que al Coyote le gustan las bromas pesadas. Pero le siguió, caminando por el desierto, hasta una oscura cueva, en cuyo interior encontró a los espíritus de Dashiell Hammett y Fiodor Dostoievski jugando a las cartas y bebiendo tequila. Los dos escritores muertos escucharon su ruego y le prometieron que le ayudarían. Entonces le ofrecieron un trago de tequila y Aaron, tras beber, se durmió.
Despertó tendido en mitad de una calle polvorienta de un poblado sioux cercano, completamente desnudo y con las nalgas pintadas de rojo. Un oficial de la policía de la reserva le arrestó y le llevó a comisaría, donde le recluyeron en la celda de los borrachos. Al día siguiente, tras pagar la correspondiente multa por desorden público, volvió a su casa y llamó a Barcelona, España, donde vivía un amigo suyo, el dibujante de comics serbio Rajko Milošević-Gera.
—Tengo una idea estupenda para una serie de cómics—dijo, tras soportar los improperios del serbio por llamarle a horas tan intempestivas— va de indios, pero de indios de hoy en día. Nada de plumas ni de hablar con infinitivos, ni de chorradas por el estilo. se podría llamar Scalped. Y podemos ofrecérsela a la editorial Vértigo.
Tercera leyenda:
Jason Aaron, natural de Alabama, Estados Unidos, se había ganado cierto prestigio en la industria del cómic de su país por ser el autor de El otro bando, una novela gráfica sobre la guerra de Vietnam—que, si bien tenía indudables méritos, tampoco era nada extraordinario— y por haber escrito algunos episodios de Wolverine, Ghost Rider y Punisher —que, si bien denotaban cierto talento narrativo, tampoco destacaban muy por encima de la adocenada y rutinaria épica superheroica marveliana—.
Para Scalped, un proyecto personal de serie regular, se inspiró en elementos de novela negra (con un toque de western), y en la historia real del activista por los derechos de los nativos americanos Leonard Peltrier,  que fue arrestado en 1975 bajo la acusación de haber matado a dos agentes del FBI en un tiroteo, y con esos materiales realizó —está realizando— la que es no sólo su obra maestra, sino una de las grandes obras del cómic contemporáneo.
Scalped cuenta, con abundantes y sabrosas digresiones, la historia del agente del FBI Dashiell Bad Horse (Caballo Terco en la versión española), infiltrado en la reserva Oglala Prairie Rose de Dakota del Sur  para vigilar al  jefe Lincoln Red Crow (Cuervo Rojo en la versión española), antiguo activista por los derechos de los nativos norteamericanos reconvertido en gángster y dueño de un casino. Y que comparte con Caballo Terco, y especialmente con la madre de Caballo Terco, una historia antigua, profunda y pasional. De hecho, nunca se desvela la duda de si Dashiell es o no es en realidad hijo putativo de Red Crow. Además, mantiene una complicada relación de amor-odio con su madre. Los fantasmas de Hamlet y de Edipo no andan muy lejos.
Esta serie de cómics, que aún no ha concluido, es la mejor novela negra que he leído en años, y una de las mejores novelas, sin apellidos, que haya leído nunca; combina con gran habilidad la profundización psicológica en los personajes y la acción trepidante con el drama intimista y un crudo retrato  de la situación actual de los aborígenes norteamericanos, a los que muestra y define como una nación del tercer mundo situada en el corazón de los Estados Unidos. Como obra del género negro es extraordinariamente solvente; como obra de realismo social es seria, profunda y muy bien documentada. Cierto es que algunos episodios de violencia son innecesariamente hiperbólicos, pero ese es un defecto en el que también caía el gran Sam Peckinpah, a quien sin duda le hubiera gustado hacer la versión cinematográfica de este cómic. Cierto es que a veces  cae en  alguna repetición; pero eso es inevitable en una obra tan extensa: eso también le pasa a series de televisión tan magistrales como Los Soprano o The Wire, con los que guarda algunos parentescos, o a novelas como Crimen y castigo o Los miserables, con las que también guarda algún parentesco,—especialmente con la primera—a las que se podrían recortar unas doscientas páginas sin grave menoscabo. Pero los momentos afortunados son muchísimos más que los fallos, y el nivel de calidad de los distintos arcos argumentales que Aaron ha desplegado hasta ahora es, en general, altísimo, con muy pocos altibajos. Todo ello (y el excelente trabajo del dibujante, R.M. Géra, tan vigoroso, detallista y realista como requiere ese tipo de historia) hace que leer Scalped sea mucho más que recomendable.
Quizá esta última pueda parecer la versión del origen de Scalped con más probabilidades de ser la real. Pero  como dijo el periodista al final de El hombre que mató a Liberty Valance: “aquí en el oeste, cuando la realidad se convierte en leyenda, imprimimos la leyenda”.

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