jueves, 21 de febrero de 2013

Nostalgia del vinilo

telegraph-avenueLa Gran Novela Americana (algo así como la adaptación estadounidense del realismo ruso de Tolstoi y el naturalismo europeo de Zola) es, más que un concepto literario, un género en sí mismo. Y como tal género tiene una serie de características: el costumbrismo, la voluntad de plasmar las formas populares de expresión hablada, la extensión (por lo general, se trata de obras más bien extensas) la amplia y diversa nómina de personajes (sean, o no, novelas corales) a través de cuyas experiencias individuales o compartidas el autor intenta expresar el zeitgeist del momento en la sociedad estadounidense o en una parte de ella. Es decir, son obras que se proponen describir (y descubrir), de forma más o menos exhaustiva, una parte de la “experiencia americana”, tomada como sinécdoque del todo: es la gran tarta americana vista a través de un corte que exponga sus diversas capas.
Michael Chabon es uno de los cultivadores de última generación de La Gran Novela Americana entendida como género. Como Jonathan Frazen, pero la prosa de Chabon, con todo y mostrar un gran virtuosismo formal, es menos autoconsciente y más aplicada a las posibilidades de las historias que narra, por lo que resulta mucho más simpática y mucho menos indigesta. Su virtuosismo formal no es más que un plus; muy de agradecer, pero un plus al fin y al cabo, porque Chabon como destaca es, sobre todo, como narrador, como creador de tramas y personajes.
En cuanto a su estilo formal, es prolijo, ingenioso, torrencial,  y está dotado de un muy agradable—y muy judío, dicho sea esto como un elogio— sentido del humor, plagado de referencias a la cultura pop (los cómics de superhéroes, el coleccionismo de cromos, las novelas de detectives, el béisbol, los universos de Star Trek y Star Wars, el cine trash). De hecho, Chabon es un escritor pop, eso tan trendy.   Sólo que,  al contrario de otros que conozco y no voy a mencionar, lo es sin esforzarse por serlo, y quizá, por eso resulta mucho más consecuentemente pop, sin avergonzarse ni renunciar al clasicismo narrativo, lo que  le hará, sin duda, perdurar más que esos otros escritores que con tanto denuedo se esfuerzan en ser trendy, moderno sy pop,y cuyo destino me temo que es quedarse pronto más demodé que las  aventuras de El Escapista.
Telegraph Avenue es otro de los intentos de Chabon de escribir La Gran Novela Americana. Es un intento  algo más canónico que los anteriores, Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay y El sindicato de policía yiddish, dos quasi Grandes Novelas Americanas quizá un poco demasiado heterodoxas para entrar en esa categoría, aunque de todas formas son dos novelas excelentes. La condición de novela de época y revival nostálgico de la primera, ambientada en la industria del cómic de superhéroes durante la Segunda Guerra Mundial, no se aviene bien con el concepto de La Gran Novela Americana, que tiende a ser actual y contemporánea. En cuanto a la segunda, sitúa la acción en un mundo ucrónico (donde el estado de Israel no existe y sí existe una ciudad para judíos en Alaska), cuando la Gran Novela Americana habla siempre, en clave realista, del mundo real.
Telegraph Avenue, como Gran Novela Americana, es mucho más ortodoxa: se desarrolla en la época presente y en el mundo real. El microcosmos que ejerce como sinécdoque de América es, en este caso, el que se estructura en torno a una tienda de discos de vinilo de segunda mano en Berkeley (las tiendas de discos, ese mundo en trance de desaparición, empiezan con esta novela a ingresar en el universo de la nostalgia), amenazada por la próxima apertura de un megastore de una cadena de venta de CDs, que también contará con una sección dedicada a los vinilos de segunda mano, y las familias respectivas de los dos socios que la rigen, Archy y Nat, un negro y un judío aficionados al Soul jazz de los años 60 y 70. La tienda, situada en un local con solera que antes había albergado una barbería, es como uno de los últimos vestigios, si no el último, de la antigua vida de barrio; un sitio donde, al igual que cuando era barbería, los vecinos se dejan caer y hablar de sus cosas. Las esposas de los dos socios también son socias, en un consultorio de comadronas que también encuentra amenazada su continuidad, en su caso por la animadversión del estamento médico. De hecho, todos los personajes de la novela se encuentran, de una forma u otra, en una encrucijada de sus vidas. Todo en la novela alude a la transición, a la lenta muerte de un mundo y su sustitución por otro no se sabe si mejor, pero sí más incierto y, quizá, menos humanizado.
Chabon coloca alrededor de las dos parejas protagonistas una galería de secundarios sumamente interesantes, cada uno con una historia que daría para una novela independiente: Los hijos respectivos de Archy y Nat, que son amigos y se encuentran en la encrucijada de la adolescencia (el hijo de Nat, además, debe enfrentarse a la toma de conciencia de su homosexualidad); el padre de Archy, una antigua estrella del cine Blaxploitation de artes marciales, venido a menos por la desaparición de ese tipo de cine, además de por el alcoholismo y la drogadicción, que sueña con volver a hacer una película; la única figura paterna que Archy tuvo realmente en su niñez, Cochise Jones, un anciano organista de Soul Jazz aficionado a los trajes de fantasía, que había tocado con casi todos los grandes, que a media novela muere aplastado por su propio Hammond (otro tránsito, otra pérdida del pasado que se va) y cuyo funeral se organiza en la misma tienda; Chandler Flowers, un concejal del ayuntamiento, gangsteril, fullero y coleccionista de vinilos, que en su juventud tonteó con los Panteras Negras; o Gibson G Bad Goode, un millonario arrogante, antigua estrella del béisbol y dueño de la cadena de tiendas de música que amenaza el futuro de Archy y Nat, para lo que cuenta con el respaldo del concejal Flowers, por ser un modelo de afroamericano de éxito, y apoyándole ganaría puntos entre un electorado predominantemente afroamericano.
En Telegraph Avenue volvemos a encontrar los temas habituales de Chabon: la cultura pop (hay no menos de diez alusiones a Quentin Tarantino, y hasta un análisis de dos páginas de las influencias del musical clásico americano en Kill Bill), enriquecida aquí con gran cantidad de alusiones a la tradición de la música negra americana; los loros (Cochise Jones tiene uno) las relaciones paternofiliales problemáticas y las crisis matrimoniales. Pero los judíos de clase media y sus problemas de encaje en la sociedad americana, tan habituales en las novelas de Chabon, han sido sustituidos, esta vez, por los afroamericanos de clase media y sus problemas equivalentes. Y esta es, quizá, la característica más relevante de Telegraph Avenue, y a la vez su principal debilidad, que es ser una suerte de versión Blaxploitation de La Gran Novela Americana. No llega a ser su versión afroamericana (Que ya tiene ilustres precedentes, como The Invisible Man de Ralph Ellison o Native Son de Richard Wright, obras ambas de escritores afroamericanos) porque la mirada de Chabon sobre los afroamericanos es externa, y se le nota; ha tenido que darle coprotagonismo a un matrimonio judío para poder aproximarse al tema. Y la Gran Novela Americana siempre es una visión de América desde dentro. O, por lo menos, debe parecerlo. Es el único pero que se le puede hacer a una novela por lo demás excelente. Por cierto que hay que agradecerle a Mondadori que para su edición española haya respetado la también excelente portada de la edición americana original, como ya hiciera con El sindicato de policía yiddish. Lástima que no lo hicieran con Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, que tenía mucho más encanto pulp que la que publicaron.

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