miércoles, 10 de agosto de 2016

El retorno del búcaro veneciano

La novela negra la inventó Dashiell Hammett. No lo digo yo, lo dice Raymond Chandler. Y lo hizo sacando el crimen del búcaro veneciano, donde lo había depositado la novela policíaca tradicional (o novela-enigma, novela-intriga, novela-rompecabezas, novela-crucigrama) y arrojándolo a donde realmente corresponde, a la calle. Con Hammett, la novela policial dejó de ser un artificioso entretenimiento para señoritas y damas ociosas de clase media, con un cadáver como cristalización abstracta de un juego de salón (el Cluedo), y pasó a ser un reflejo razonablemente realista de la sociedad urbana moderna, donde el asesinato es lo que, en realidad, siempre ha sido: un fracaso de la civilización y de la humanidad. Eso también lo dice Chandler. Me pregunto qué habría dicho de estar aún vivo y ver el crimen de vuelta al búcaro veneciano, y a éste de nuevo en el lugar de honor sobre el estante de la librería, en todo el esplendor de su huero decorativismo hortera. Aunque lo malo no es que el búcaro vuelva a estar ahí (siempre ha habido gente aficionada a coleccionarlos; allá cada cual con su buen o mal gusto); lo malo es que, hoy en día, al búcaro le llaman novela negra. Al búcaro, sí. Como la etiqueta “novela negra”, parece que vende, hacen con ella como con la etiqueta “sin gluten”: se la ponen a cualquier producto, venga a cuento o no.