La liga de los calvos siniestros
Últimamente el presidente llegaba a su despacho de Moncloa a las ocho en punto exactamente. “Desde que se ha vuelto tan raro es más puntual que nunca” pensó su secretaria. Ya se había acostumbrado a tener preparado, a esa hora, un desayuno a base té de jazmín, leche de soja con miel, pescado al vapor con algas, verduras en escabeche y un panecillo shaoping. Por suerte los de personal habían encontrado un cocinero chino, de Shangai, que preparaba los desayunos exactamente según los nuevos gustos del presidente. A lo que no se había acostumbrado la secretaria, ni se acostumbraría nunca, era a la forma en que el presidente la traspasaba con la mirada desde que los ojos se le habían vuelto verdes. Sus nuevos ojos le daban escalofríos.